14 de septiembre de 2025

Desdibujando la Masculinidad: La Invisibilidad del Dolor Masculino en la Agresión Sexual

Desde el momento en que nacemos, nos enseñan a los hombres a ser fuertes, a no mostrar debilidad, a mantener las emociones bajo control. Nos dicen que ser vulnerable es algo que no nos pertenece, que el dolor debe guardarse en silencio, que la ayuda no es una opción, sino una señal de fracaso. Y, sin embargo, ¿Qué sucede cuando el dolor no se puede ocultar? ¿Cuándo la vulnerabilidad es una necesidad y no una debilidad? En el caso de la agresión sexual, este silencio se convierte en un peso insostenible.

Imagina, por un momento, a un hombre que ha sido víctima de abuso o agresión sexual. ¿Cómo puede él siquiera empezar a comprender lo que sucedió si desde pequeño le han enseñado que los hombres no pueden ser víctimas? Que el dolor no es para ellos, que las emociones son algo ajeno a su naturaleza. Crecer bajo esa creencia hace que muchos hombres, cuando sufren una agresión sexual, no sepan cómo nombrarlo, cómo darle un significado que encaje con su identidad masculina. Muchos guardan silencio, no porque no sientan el dolor, sino porque esa misma sociedad les ha dicho que no tienen derecho a sentirlo de la manera en que lo hacen. La victimización se asocia a lo femenino, y si un hombre es víctima, se enfrenta a la vergüenza de no cumplir con los estándares de su propio género.

Es como si vivir bajo esos roles de género rígidos fuera la única forma de mantener un control sobre la situación, como si evitar la feminidad fuera el único camino para mantener un semblante de poder y seguridad. Pero, ¿Qué pasa cuando ese poder se ve violentado, cuando el control se pierde? ¿Cómo se enfrenta un hombre a esa experiencia si las normas sociales le dicen que no tiene derecho a expresar su dolor?

Muchos hombres, incluso después de una agresión, se sienten confundidos por lo que vivieron. Puede que nunca encuentren las palabras adecuadas para describir su dolor, o peor aún, pueden caer en la trampa de minimizar lo sucedido, convencidos de que “no es para tanto”. El miedo a perder su identidad, a que su masculinidad quede puesta en duda, los paraliza. ¿Cómo puede un hombre reconocer que fue agredido sexualmente sin sentir que, al hacerlo, pierde una parte fundamental de quién es? “¿Qué pasaría si acepto que fui víctima? ¿Eso me hace menos hombre?” Esta es la gran pregunta que muchos nunca se atreven a hacer.

A veces, lo que ocurre es aún más complejo. Algunos hombres no llegan a identificar su agresión como tal porque lo que vivieron fue parte de una “tradición” o un “rito” de iniciación. Se les enseña que el abuso o la agresión sexual son normales, o al menos, parte de un proceso aceptable en ciertos contextos. O quizás, en el proceso, experimentaron una respuesta física involuntaria, como la excitación, y eso añade una capa de confusión aún mayor. “Si parte de esto me gustó, ¿realmente fue abuso?” Son preguntas que flotan en la mente de muchos hombres, preguntándose si tienen derecho a sentir lo que sienten.

Pero el dolor detrás de este silencio es real, y se manifiesta de formas poderosas. La ira, esa emoción que la sociedad permite que los hombres expresen sin que se les juzgue demasiado, se convierte en un refugio. La ira es más aceptable que el llanto, más comprensible que la tristeza. Sin embargo, detrás de esa ira, suele haber un miedo profundo, una herida que nunca sanó. Cuando los hombres finalmente encuentran la fuerza para buscar ayuda, esa ira puede ser lo primero que aflora, porque es lo único que saben cómo manejar. Pero esa ira no es más que un grito desesperado de dolor y confusión.

Para los terapeutas, los amigos, y los familiares que intentan acompañar a un hombre que ha sido víctima de abuso sexual, este tipo de ira puede ser desconcertante. Muchas veces se reacciona con miedo o rechazo, sin comprender que lo que se está viendo es una máscara que oculta algo mucho más profundo: el sufrimiento, la vulnerabilidad, la angustia de haber sido agredido y, al mismo tiempo, la imposibilidad de aceptarlo debido a las normas sociales que dictan lo que significa ser “hombre”.

Es importante recordar que no todos los hombres son iguales, ni sus experiencias lo son. La categoría social de “masculinidad” abarca una diversidad de identidades y experiencias que influyen en cómo se responde ante la violencia. La cultura, la raza, la orientación sexual, la edad y muchas otras variables sociales juegan un papel crucial en cómo un hombre percibe y reacciona ante el abuso sexual. Lo que puede ser una experiencia devastadora para un hombre puede verse atravesado por la complejidad de otros factores. Cada historia de abuso es única, pero el dolor, la vergüenza y la confusión son universales.

Urge transformar nuestra visión de la masculinidad. Necesitamos ver a los hombres no solo como protectores, sino también como seres humanos completos, capaces de ser vulnerables, de sufrir, de sentirse perdidos. Porque ser vulnerable no los hace más débiles, al contrario, los hace más humanos. La verdadera fortaleza no reside en la rigidez ni en ocultar el dolor, sino en la valentía de enfrentarlo y de vivirlo sin temor al juicio. Es hora de romper el silencio, de permitirles que reconozcan su sufrimiento, que se den el permiso de sanar sin sentirse avergonzados. No se trata solo de cambiar un concepto, se trata de salvar vidas, de permitirles ser quienes realmente son.

Según la Doctora Brené Brown el hombre que se atreve a mostrar su debilidad es el que, en realidad, posee la mayor fortaleza. Sólo se le pide eso, por ellos y por todos.

8 de septiembre de 2025

ALERTA: CREAR GRUPO DE PADRES DE WHATSAPP DEL COLE!!

La enseñanza es una de las profesiones más nobles y a la vez más exigentes que existen. Ser docente implica mucho más que impartir lecciones; significa acompañar a los jóvenes en su desarrollo personal, emocional e intelectual, un compromiso que demanda una entrega total. Sin embargo, en los últimos años, esta  labor se ha visto cada vez más envuelta en una nube de críticas destructivas, principalmente provenientes de algunos progenitores que, lejos de apoyar a los formadores, los desacreditan abiertamente, incluso delante de sus propios hijos. ¿Qué mensaje les estamos enviando a las nuevas generaciones cuando desautorizamos a quienes educan?

El daño que causan los padres que critica al instructor frente a su hijo es doble. Primero, destruye la autoridad del profesor, quien pierde ante el alumno el espacio que le corresponde como guía y transmisor de conocimientos. Los niños, al ver que se descalifica constantemente las decisiones del maestro, aprenden a cuestionar su figura de autoridad y, en lugar de valorar el conocimiento que les transmite, lo perciben como algo prescindible e incluso erróneo. Segundo, esa crítica pública crea una cultura de desconfianza que afecta a toda la comunidad educativa. Si el alumno no respeta a su guía académico, ¿cómo podrá aprender de él? ¿cómo podrán los profesores seguir cumpliendo su función cuando son sistemáticamente desautorizados por los mismos adultos que deberían respaldarlos?

Esta situación representa una ironía trágica: los adultos responsables, en su afán de “proteger” a sus hijos, terminan saboteando la estructura que sostiene el equilibrio dentro del aula. En lugar de convertirse en aliados en el proceso educativo, se transforman en críticos destructivos, dañando no solo la figura del maestro, sino también la formación integral de sus propios hijos. ¿No es acaso la autoridad una base fundamental para el desarrollo personal y académico de los niños?

Las repercusiones de este comportamiento trascienden el aula y afectan profundamente la salud mental de los trabajadores de la educación. No se trata solo de tristeza o frustración, sino del miedo constante a perder el control, a que su labor sea cuestionada en cada momento. Muchos facilitadores del aprendizaje enfrentan el desgaste profesional y emocional, viviendo con la incertidumbre de que, a pesar de todo su esfuerzo y preparación, siempre habrá alguien dispuesto a atacar su autoridad.

Cuando esta tensión se prolonga, los docentes terminan agotados física, mental y emocionalmente. La presión constante por justificarse y la amenaza permanente de críticas pueden llevar a una ansiedad paralizante o incluso a una depresión que los aleja del aula, afectando no solo su bienestar, sino también el futuro de sus alumnos. Los informes médicos reflejan una realidad alarmante: un alto número de bajas laborales por estrés, detrás de las cuales hay historias de frustración y desamparo.

Es fundamental recordar que ser educador no es simplemente una profesión: es una vocación que exige preparación, dedicación y, sobre todo, respeto. Los familiares que se convierten en jueces implacables no solo afectan al docente, sino que también condicionan negativamente a sus hijos, quienes aprenden a vivir en un mundo donde la autoridad se cuestiona sin cesar, sin un liderazgo claro ni un modelo a seguir.

Esta problemática no se resolverá si no entendemos que la educación es un trabajo en equipo que involucra a padres, docentes y alumnos. La crítica constructiva es bienvenida, siempre que se realice de forma respetuosa y privada, nunca frente al niño, porque el respeto por la autoridad del maestro es esencial para que el proceso educativo funcione. Si no confiamos en los especialistas en pedagogía a quienes confiamos la formación de nuestros hijos, ¿qué mensaje les estamos transmitiendo sobre el valor del conocimiento?

Los formadores merecen apoyo, reconocimiento y respeto. Los padres deben comprender que su rol es clave, pero no debe interferir en el trabajo de un experto en enseñanza. No podemos permitir que se sigan creando emperadores que destruyen a quienes dedican su vida a formar a las futuras generaciones. Si queremos un futuro mejor para nuestros hijos, necesitamos educarlos en un entorno donde la autoridad se respete y los maestros puedan ejercer su labor con la confianza de no estar luchando contra viento y marea.

Solo así estaremos construyendo un sistema educativo sólido, basado en la colaboración, el respeto mutuo y el verdadero amor por el aprendizaje.

Para cerrar, adapto una frase común en muchos campos de fútbol de este país: Si quieres ser maestro, estudia y ponte a dar clase. Pero deja en el colegio a tu hijo estudiar, aprender y crecer en paz.

4 de septiembre de 2025

Septiembre 2025: Tu historia apenas comienza

 

Clara miraba por la ventana del autobús escolar mientras la lluvia resbalaba como un ejército de lágrimas que no eran suyas. Ese día sentía que todo le salía mal: el examen de matemáticas, la pelea con su mejor amiga, la sensación de no encajar en ninguna parte.

Cuando bajó en su parada, encontró en el suelo un sobre mojado. Lo recogió. Dentro había una hoja doblada con un mensaje escrito a mano:

“Si estás leyendo esto, significa que hoy es tu día de empezar de nuevo. No importa lo que pasó antes, lo importante es lo que harás después. Sonríe, porque tu historia apenas comienza.”

Clara se quedó quieta. No había firma, ni pista de quién lo había dejado allí.
Por primera vez en semanas, sonrió. Guardó el papel en su bolsillo como un talismán.

Al día siguiente, se atrevió a hablar con su amiga para reconciliarse. Luego levantó la mano en clase, aunque temblara por dentro. Descubrió que el miedo a equivocarse pesaba menos que la alegría de intentarlo.

Cada vez que dudaba, tocaba el sobre en su bolsillo. No sabía quién había escrito aquellas palabras, pero empezaba a creer que tal vez, solo tal vez, el autor era la versión más valiente de sí misma.

Y así, con cada paso, Clara entendió algo simple pero poderoso:
la vida no es un libro ya terminado, sino un cuaderno en blanco esperando ser escrito.