Clara miraba por la ventana del autobús escolar mientras la lluvia resbalaba como un ejército de lágrimas que no eran suyas. Ese día sentía que todo le salía mal: el examen de matemáticas, la pelea con su mejor amiga, la sensación de no encajar en ninguna parte.
Cuando bajó en su parada, encontró en el suelo un sobre mojado. Lo recogió. Dentro había una hoja doblada con un mensaje escrito a mano:
“Si estás leyendo esto, significa que hoy es tu día de empezar de nuevo. No importa lo que pasó antes, lo importante es lo que harás después. Sonríe, porque tu historia apenas comienza.”
Clara se quedó quieta. No había firma, ni pista de quién lo había dejado allí.
Por primera vez en semanas, sonrió. Guardó el papel en su bolsillo como un talismán.
Al día siguiente, se atrevió a hablar con su amiga para reconciliarse. Luego levantó la mano en clase, aunque temblara por dentro. Descubrió que el miedo a equivocarse pesaba menos que la alegría de intentarlo.
Cada vez que dudaba, tocaba el sobre en su bolsillo. No sabía quién había escrito aquellas palabras, pero empezaba a creer que tal vez, solo tal vez, el autor era la versión más valiente de sí misma.
Y así, con cada paso, Clara entendió algo simple pero poderoso:
la vida no es un libro ya terminado, sino un cuaderno en blanco esperando ser escrito.

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